El santuario

Habían pasado semanas el camino hacia el santuario había sido largo y escabroso, Tsume tuvo que caminar por montañas altas, descender por peñascos profundos, nadar entre ríos con fuertes corrientes y caminar por lugares que parecían un laberintos. El camino había sido difícil, dando a entender que el camino a ese lugar no sería para cualquiera y en ese trayecto se demostraría la determinación de los aspirantes.

El sol estaba en lo alto y el aspirante a caballero había llegado a la cima de una montaña, la última que necesitaba pasar para llegar al santuario y al estar situado en la cumbre de aquel lugar logro observarlo. Tsume estaba maravillado de aquel lugar, este reflejaba la esencia pacífica y pura de lo que sería la diosa Athena. Debido a las construcciones del lugar pareciera que esta fuera un espejo que reflejara de forma pura la luz del sol, como si llegara a ser un diamante o una estrella del cosmos.

Después de unos minutos de descender aquella montaña y caminar un corto trayecto Tsume había llegado al santuario, al fin después de tanto tiempo de viaje, el guerrero japonés logro pisar por primera vez aquel el suelo del santuario. Al observarlo todo se veía puro y bien cuidado, lo cual hizo extrañar a aquel hombre de cabello alborotado, ya que a pesar del estado del lugar, este parecía estar vacío a donde la mirada del aspirante a guerrero giraba en esta no podía encontrar a alguna persona.

Al observar por tanto tiempo el lugar, la atención de aquel guerrero se empezó a fijar a las casas de los caballeros dorados. En aquellas edificaciones tampoco parecía haber alguna presencia de alguna persona, pero había algo que llamaba la atención de guerrero japonés, como si algo lo esperara en aquel lugar.

Al pasar unos minutos observando las casas de los caballeros dorados, Tsume sentía la intención por subir por aquellas escaleras, al parecer había algo en ese lugar que lo estaba llamando, pero no entendía bien que era, esta solo sabía que tenía que subir. Lentamente sus pasos se acercaban a los escalones, pero antes de que colocara uno de los pies en el primer escalón, el japonés siente que alguien lo está observando. -¿Quien anda hay?-, fue lo único que pregunto el aspirante, mientras seguía observando, aunque nadie parecía contestar.

Mientras el guerrero buscaba quien era el que lo estaba vigilando, por un segundo logro ver una figura que se escondía entre uno de los edificios del lugar. Rápidamente esa misma figura trata de alejarse, pero al momento de ver eso Tsume decide seguirlo. En poco tiempo el japonés le da alcance, pero algo lo sorprende al ver a aquella persona. -eres… solo un niño-. Un pequeño muchacho estaba al frente de él, estaba extrañado ya que esperaba que la primera persona que encontrara fuera alguien mayor.

El niño de repente intento alejarse nuevamente, pero Tsume lo atrapa y lo levanta de su ropa. -¿quién eres?-, el muchacho no respondía solo decía molesto que lo soltara. De repente un anciano por los gritos del niño llega al lugar, este también pedía que dejara ir al niño porque era su nieto, al saber eso el hombre de cabello alborotado lo suelta. Después de un tiempo el anciano le explica que son comerciantes de un pueblo cercano, que le vende provisiones de comida al santuario, pero que llegaron en un día donde las persona de este lugar estaban en entrenamiento, posiblemente llegarían al atardecer o al día siguiente. Al ver que Tsume es alguien nuevo el anciano y el niño le ofrecieron que se quedaran con ello en ese lugar, en espera de que alguien volviera. El japonés como no tenía intenciones de salir del santuario decidió aceptar la propuesta, al menos así su llegada no sería considerada como una intromisión.

Había pasado un día desde que el anciano, el niño y Tsume se habían encontrado, al parecer las espera de aquellas tres personas que trataban de encontrarse con los soldados del templo todavía duraría. Habían pasado varias horas desde que amaneció, el japonés desde los primeros rayos del sol estaba entrenando, pero no se había alejado de la vista del anciano y el niño, en caso de que alguno de los dos se encontrara con alguien más, así el otro podría acercarse y hablar de sus propios asuntos con la persona que apareciera.

Mientras Tsume entrenaba el niño se había acercado, al parecer aquella tenia cierta curiosidad acerca del oriental, pero parecía que aquel hombre de cabello alborotado no le prestaba mucha atención al pequeño. De repente el anciano llama a su nieto, al parecer había preparado el desayuno de ellos, al ver eso el japonés decide que también es hora de alimentarse. Sacando sus propias provisiones se sienta en el lugar que estaba pare comer, pero antes de empezar el niño nuevamente se le acerca. /mi abuelo también quiere que vengas a desayunar con nosotros/.  Aquel pequeño le sonreía a Tsume, el cual mira al anciano que también sonreía. De repente el oriental se levanta y acompaña al niño hacia donde está su abuelo.

Al acercarse el oriental y el pequeño el adulto mayor les sirve la comida. El oriental al recibirla solo dice unas cortas palabras. -Gracias por la comida-. Esa leves palabras hace que nuevamente el niño y el anciano sonrieran, había notado que a pesar de no hablar mucho aquella persona era no era mala.

Después de la tranquila comida con el anciano y el niño que tuvo Tsume este volvió a su entrenamiento luego de agradecer por tan amable gesto. Al poco tiempo el pequeño nuevamente se acercó al japonés y decidió hacer los mismos entrenamientos que el hombre estaba haciendo, al oriental no pareció molestarle y dejo que el niño hiciera lo mismo, sabía que cuando este se cansara dejaría de imitarlo. Como pensamiento proféticos lo que paso por la mente del hombre de cabello castaño sucedió, luego de unos minutos de entrenamiento el niño estaba exhausto trataba de recobrar el aire mientras se secaba su sudor con su ropa. Esas acciones por un momento le dieron gracia al guerrero, ya que aquel pequeño le hizo recordar sus primeros días de entrenamiento con su padre y su maestro, aunque fue levemente una sonrisa se formó en su rostro el suficiente tiempo pare que el niño lo notara y también sonriera.

Pasadas unas horas lo que aquellas tres personas esperaban sucedió, algunos guerreros llegaron al santuario, liderados por un hombre que era aún mayor que cualquiera de los otros hombres, es su cabello se lograba ver las canas que se formaban por su edad. De repente el anciano hablo con aquel hombre y al poco tiempo este termina pagándole por la mercancía recibida. Después de desmontar todo el cargamento el anciano y el niño se preparaban para partir, pero no antes de despedirse que Tsume y del líder de los guerreros, y estos dos también hicieron lo mismo.